Me gustaría poder afirmar que en mitad de mi caos tú fuiste
la calma, el apoyo, la tranquilidad. Lo fuiste, sí, pero tal y como llegaste a
serlo así lo dejaste de ser. Así como fuiste mi mar en calma llegaste a ser el
huracán que lo puso todo patas arriba. Arrancando las raíces arraigadas de lo
más profundo de mi ser, enredando los postes y el cableado a mi cabeza.
Volviéndome loca perdida, perdiéndome entre las ruinas que dejaste y quedándome
enterrada en el nuevo mar de escombros que trajiste. Un mar de hormigón que
poco se parecía al celeste, mar de hiel y dolores de cabeza. A eso llegaste
monstruoso huracán llevándonos a mi más odiada distopía.
Ahora me toca recomponerme, sola. Aunque quizá no tanto. Sembrar
nuevamente mis pensamientos, ordenar las corrientes, amontonar con cuidado cada
trocito de mi corazón, así como lo hacía de niña con aquellos bloques de madera
pintada. Con cuidado, ordenar todo lo que tú desordenaste. Porque sé que es
posible, porque sé que soy capaz, porque sé que después de ti y seguramente por
encima de todo esto hay un yo.
Un 20 de abril
2014
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